
Hoy me condeno a la riqueza,
al dolor de la abundancia.
Concatenada entre la vanidad y el sosiego
deduzco anillos de finas hebras coloreadas,
mezcladas con azules arenas del desierto
sobre un lienzo que pierde la compostura
cuando tu sexo llora mi ausencia
y me acerco sigilosa al cajón de tu escritorio
donde escondes los sueños.
Albergar suspiros de pasos inconclusos
esos pasos que nublan el futuro
disfrazados de flores primaverales
y otoños pavimentados de ocres
deshaciéndose en serpentinas.
Quiero esclavizarme a la palabra viento
para conseguir el infinito su silencio,
vertical ociosa de la quietud
verde algarabía zurcida a los pájaros
de versos escalabrados por un jazmín envenenado.
Ser, del ser, la nada taciturna de la noche
el perturbado movimiento de sus aguas
regando las márgenes de tu piel helada
respuesta derritiéndose en dudas
sobre vacíos que no llegan
a descubrir el misterio del roto final.
Me convierto en palabras
Me convierto en palabras
para anudar estrategias ocultas
que me hablen, que me digan
que respiren a pulmón abierto
esta herida muerta del alma
que se calcina en preguntas,
que se calcina en preguntas,
viento instigador de sí mismo.
Oí un ruido parecido al eco de las estrellas
que contagiadas de vida, cuidan la trastienda.
Oí el hueco de tu sombra huyendo despavorida
cuando inquieta el sexo se hace víctima y canción.
Oí un ruido parecido al eco de las estrellas
que contagiadas de vida, cuidan la trastienda.
Oí el hueco de tu sombra huyendo despavorida
cuando inquieta el sexo se hace víctima y canción.
Magdalena Salamanca