Me gusta tu cuerpo
encontrar en él la cara oculta de la moneda,
encarnar su sabor en mi boca y
saciar el ansia voraz de esta duda que me combate.
Tal vez la noche agite los perfumes de la muerte
y sea necesario desenfundar las armas,
para defender, en esta encrucijada,
la voz de la desidia.
Volátil y áspera, la desidia, es un ejército
de vientos grises que confunden las aguas
con monstruos de presagian la catástrofe.
Es como un opuesto pensamiento de no se detiene
y apelmaza, y comprime, y destruye la vida.
Sí, me gusta de tu cuerpo,
ver surgir de él espejos, como guardianes
que escoltan mi reflejo y exhalan esas bestias,
que sofocan y palpitan enfurecidas en el alma.
Brillos de nácar como difracciones que me buscan
y rocían mi mirada de irisados tonos que huyen de la violencia.
Soy del verdugo
el aplauso del corazón cuando te acercas,
la membrana caprichosa que empuña un susurro
y que misteriosa, permanece en las palabras, para nombrarte.
Magdalena Salamanca